En el contexto actual de violencia en las escuelas chilenas, el reciente llamado del Ministerio de Educación a la jornada nacional «Presentes contra la violencia» marca un hito importante. Esta iniciativa no debe ser vista como una mera formalidad, sino como parte integral de un enfoque que aborda de manera holística temas de salud mental, seguridad y convivencia en los establecimientos educacionales. Con la implementación de medidas como patrullajes escolares y talleres de bienestar, se intenta crear un ambiente en el que tanto estudiantes como docentes se sientan más seguros y apoyados. Sin embargo, surge una pregunta crítica acerca de la efectividad de estas acciones frente a un problema que va más allá de las paredes del aula.
La realidad en las escuelas confiere mayor peso a la afirmación de que la violencia no se enseña, sino que se hereda. En esta línea, las escuelas se han vuelto un reflejo de una sociedad fragmentada y herida, donde los actos de agresión son normales y hasta se documentan para su difusión en redes sociales. Esta virtualización de la violencia ha normalizado un entorno donde las amenazas y agresiones ya no causan sorpresa sino una angustiosa resignación. En un ambiente así, los educadores no encuentran sólo alumnos que necesitan aprender, sino también muchos que traen consigo el peso de una herencia violenta que es cada vez más difícil de manejar.
En la primera línea de esta lucha se encuentran los profesores, quienes enfrentan la ardua tarea de ser no solo educadores, sino también mediadores y consejeros ante el caos emocional que a menudo manifiestan sus alumnos. A estos profesionales se les exige que contengan situaciones de crisis y que sean pilares de estabilidad, pero muy poco se hace para garantizar que ellos mismos reciban el apoyo necesario en este proceso. Preguntas como qué herramientas tienen para gestionar la violencia o cómo se sienten frente a la presión constante, quedan muchas veces sin respuesta, dejando a los docentes en una situación de desamparo.
El enfoque hacia la violencia en las escuelas requiere de un cambio profundo y sostenido, que trascienda la organización de una jornada aislada. Es imperativo construir una respuesta multifacética que considere la esencia del entorno escolar como un ecosistema. Esto incluye la necesidad de establecer equipos psicosociales permanentes en las instituciones educativas y formar a los padres en educación emocional, puesto que la prevención de la violencia inicia en el hogar. Al mirar el aula como un espacio interconectado y no como un refugio solitario, se puede avanzar hacia una solución más efectiva.
Los datos proporcionados por la Agencia de la Calidad son alarmantes: los ambientes escolares negativos repercuten en la asistencia, el rendimiento y, significativamente, en la deserción escolar. Con más de 17.000 denuncias de violencia escolar reportadas en el último año, la urgencia por fortalecer las competencias socioemocionales entre los docentes se convierte en una prioridad. No obstante, las iniciativas deben ir acompañadas de una estructura real que promueva la colaboración entre todos los actores involucrados, desde los educadores hasta las familias, pasando por las autoridades educativas. Solo así podremos pensar en un futuro donde las escuelas no sean solo lugares de aprendizaje, sino también espacios seguros y nutritivos para el desarrollo integral de los estudiantes.





